Desde hace ya varios años la fiesta de la Virgen de Guadalupe se celebra en el Vaticano con mucha solemnidad.
Un día 12 de diciembre, el de 1997, Juan Pablo II clausuró el Sínodo para América que era una etapa en la vida de la Iglesia que se preparaba para iniciar el tercer milenio de existencia.
Suele ser un encuentro de todos los países de América Latina, esa patria grande que se va desenvolviendo a través de alegrías y esperanzas que van, tantas veces, opacadas por los dolores y las cruces.
Frente a un ícono de la patrona de América, el papa Francisco pronunció una homilía desbordante de amor a esa imagen ante la cual había permanecido largos minutos cuando la visitó en su santuario de México.
“María es mujer y madre”, dijo. “Sin otro título esencial, porque los otros como los innumerables que le dan las letanías del Rosario, son títulos de hijos enamorados que le cantan a la madre pero no tocan la esencialidad de ser mujer y madre. Yo me animaría a decir que quiso ser mestiza y no solo con Juan Dieguito sino también con el pueblo. Para ser madre de todos se mestizó con la humanidad. ¿Por qué? Porque ella mestizó a Dios y ese es el gran misterio: María madre mestizó a Dios verdadero Dios y verdadero hombre de su hijo”.
No terminamos de asombrarnos por lo que podríamos llamar la audacia del papa que, unida a la belleza de su lenguaje, en este caso, como en tantos otros, va configurando una mariología muy personal.
ORACIONES, PALABRAS Y GESTOS
Es lo que nos muestra el Padre Carlos Galli en un libro que en poco tiempo ha logrado tres ediciones (Carlos M. Galli, “La mariología del papa Francisco” Agape Libros, Buenos Aires, 2018, 111 p.)
Su autor es un reconocido teólogo, actualmente decano de la Facultad de Teología de la U.C.A. y también miembro de la Comisión Teológica Internacional. Es de destacar que el libro salió en la Librería Editrice Vaticana en 2017, y que su relación con el papa radica no solo en su pertenencia al clero de Buenos Aires, sino por haber sido mérito de la Conferencia de los obispos latinoamericano de Aparecida, tan decisiva en el pensamiento y en la pastoral de quien, seis años después, sería elegido papa.
El subtítulo el libro es “Cristo, María, la Iglesia y los Pueblos”. Nada más oportuno para nosotros que, desde el 8 de diciembre, estamos transitando un Año mariano que encontrarnos con este estudio que, según el pensamiento del Padre Galli refleja que “la novedad del papa latinoamericano expresa una espiritualidad, una pastoral y una teología centradas en la revolución de la ternura de Dios, Padre rico en misericordia, manifestada en el rostro de Cristo muerto y resucitado y comunicada en el don del Espírito Santo” y que se expresa en sus oraciones, palabras y gestos marianos.
PARA NOSOTROS EN ESTE AÑO
El Padre Galli va pasando en su libro de la piedad mariana a la mariología partiendo del sentido de la fe de los fieles pasando a la novedad del pontificado del papa Francisco y a la espiritualidad mariana, manifestada en la Conferencia de Puebla y expresada, desde otra óptica, en la Aparecida integrado el misterio de María en el ministerio de Cristo y el anuncio del Evangelio. Fundamental la relación inseparable de María Madre con la Iglesia también Madre que se ha ido desplegando en la historia.
En la creación que se ha compuesto para predisponer a los fieles a vivir el Año mariano encontramos muchos de estos aspectos: ya desde el lema del Congreso mariano que se celebrará en abril en Catamarca (María Madre del pueblo, esperanza nuestra) aparece la figura de María como elemento esencial para transformar la historia (recordamos el Encuentro de los jóvenes de 2018 en Rosario).
María es signo de una nueva humanidad que mueve a promover la amistad social con un fuerte llamado a acercarnos a los débiles y necesitados pero en el contexto del nuevo ardor misionero que Juan Pablo II pedía a la nueva evangelización (nueva en el ardor, los métodos y la expresión).
Como Francisco, miramos a María en salida sin tardanza y no tiene reparo en llamarla “preciosa” con todo el cariño que ella merece y que le agradecemos porque siempre hemos experimentado su intercesión.