¿Cómo es un árbol?

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

Padre Hugo Segovia

Alguien que en uno de sus poemas se pregunta: “Decime cómo es el árbol” nos hace entrar en la cerrazón de un presidio. No tenía, después de esos años de presión, ni noción de lo que era un árbol.

A ese poeta ya lo había sentido nombrar pero no lo había transitado.
En los primeros años de sacerdocio que estoy ahora recordando unos compañeros españoles que estudiaban como yo en la Universidad Gregoriana, me hablaron con mucho afecto de Ana un poeta que vivió durante veinte años preso por su adhesión a la República Española. Había entrado cuando apenas tenía diecinueve años.

Pude leerlo y lo asumí como el poeta de esa aventura de la vida sacerdotal que se iba adentrando en la mía. Fue muy fuerte la impresión que me causó uno de sus poemas en los cuales hablaba de alguien que ansiaba tener una casa sin puertas ni ventanas.

Se hacía carne en mí porque yo también soñaba con una casa así, aunque todavía no había vivido la experiencia de tener una casa parroquial.
Lo adopté entonces y no solo por eso sino por su compromiso y por lo que fui sabiendo de su presión y de su vida.

Tanto que, pasados muchos años, cuando en 1986, estando yo a cargo de la parroquia de Miramar cumplí las bodas de plata en aquel 23 de Julio de 1961 y en el agradecimiento que manifesté al final de la misa, cité a este poeta. Muchos creyeron que yo me refería a García Lorca porque Marcos Ana no era muy conocido.

LOS SENCILLOS PASOS DE UN POETA

Esa casa sin puertas ni ventanas procuré que fuera la mía y era lo que yo pensaba que tenía que ser. Pasaron otros muchos años y vino un Papa que se repitió, desde el Evangelio, lo que se había inculcado Marcos Ana.
Ya en Mar del Plata, conocí a quien era Jefe de redacción de “La Capital” y fundador del Centro de Investigación Hispánica como desde 2003 director del medio periodístico “Prensa Española”.

José Marcos era uno de esos periodistas que viven a pleno su vocación. Gracias a él tuve ocasión de conocer mejor al “poeta de mi sacerdocio” como no vacilo en dominar a Marcos Ana.

Le insistí para que recopilara sus entrevistas, semblanzas y relatos y así lo hizo honrándome con el pedido que me hizo de escribir el prólogo. Es así como se publicó con el título de “La España intemporal” editada por el Centro de Investigación Hispánica de Mar del Plata en 2018. Un año después lamentamos su partida y, gracias a Dios, su nombre quedo asociado a algunas de esas entrevistas y relatos que son fruto de más de seis décadas de trabajo y que, como leemos en el libro “a través de ellos sentimos el sonido de la gaita, el duende del flamenco, el sabor de la paella y el aroma de la manzanilla”.

En mi anterior columna quise volcar sentimientos y vivencias en el momento de un aniversario tan significativo como el de mis sesenta años de compromiso sacerdotal. Me quedé corto y es también por ello que quise reconocer a Marcos Ana algo así como mi patrono literario.

Tal vez por aquello de que “Dios los cría y ellos se juntan” pero sin duda porque esa vida, ese compromiso y esa obra literaria tienen mucho que ver, salvadas las diferencias, con lo que ha sido y he provocado que sea mi sacerdocio.

Muchas cosas confluyen como ser el ejemplo de mi abuelo materno al que he sentido muy presente en momentos crucial de mi vida y que sin ser católico practicante, fue uno de esos que amaban a un Cristo que no veían en muchos de los que se consideraban sus seguidores.

VALE LA PENA LUCHAR

Marcos Ana era el seudónimo que, para perpetuar los apellidos de sus padres, utilizó este poeta singular.

Había nacido en 1920 en un pueblo de Salamanca y era muy joven cuando la República gobernó España y militando en las juventudes socialistas con solo 19 años fue encarcelado en 1939 y recién en 1961 fue liberado.

Cuenta José Marcos (lo entrevistó en 2016 en Madrid) que cuando se presentó le dijo: “aquí estoy, hecho un chaval con mis 96 años a cuestas”.
Cuenta que su vocación literaria nació en la cárcel donde pudo conocer a muchos escritores así como leer a los clásicos españoles y hasta, ocultamente, leer a Rafael Alberti, Miguel Hernández y García Lorca.

Un día le pidieron que contara algo de su vida y allí comenzó a escribir. Su poema fue el preludio de una vida: “os la puedo contar en dos palabras: un patio, y un trocito de cielo donde, a veces, pasan una nube perdida y algún pájaro huyendo de sus alas”.

Algunas otras cosas de él: “de nada vale pensar en la venganza. Hay que aprender a ser feliz en la felicidad del prójimo. Una vez me encontré con el director de la prisión de Burgos, que había sido uno de los encargados de las torturas y me preguntó si todavía seguía en la lucha y por qué luchaba. Le dije: lucho y voy a seguir luchando por una sociedad donde no le puedan hacer a usted lo que usted me hizo a mí”.

En ese año de mi ordenación sacerdotal Marcos Ana salía de la cárcel. A mí me enseño “como es el árbol”.