En los casi 48 años de pontificado de Juan Pablo II fue incesante la cantidad de viajes que llevó acabo. Suman 102 los que hizo fuera de Italia y entre ellos encontramos el primero que lo llevó a España en el año 1982 con motivo del cuarto centenario de Santa Teresa de Avila. Entonces la TV española adhirió con una miniserie dedicada a la Santa doctora. Nos contaban que se buscó a la actriz que mejor podía representarla. Pensaron en Concha Velasco a quien ofrecieron semejante responsabilidad.
Para ello al principio se negó argumentando que estaba padeciendo un problema ocular y le habían recomendado no trabajar en TV por la potencia de las cámaras pero además porque a ella, agnóstica, no le atraían el personaje.
Ante la insistencia de los productores ella accedió a leer el texto propuesto y esto la hizo acceder a hacer ese trabajo.
Quiso primero conocer en vivo la vida de las monjas de un convento antes para compenetrarse en la vida de las monjas y se hizo el trabajo que quedó como un hito importante en la historia de los medios españoles.
La actriz confesó que en verdad había sido toda una revelación y que además se había aliviado del problema que la afectaba.
EL ESCENARIO DEL CIELO
Han pasado de ello cuarenta años y nos enteramos ahora de la actriz, sobre todo a través de la revista “Vida nueva” que le dedica un cálido recuerdo donde no se menciona la incredulidad de la actriz que en su momento, allá por 1982, se hizo notar así como su capacidad actoral para interpretar a una figura de la dimensión de la doctora de Avila.
Llama la atención lo que leemos en dicha revista la que recoge dicho por ello: “todas las noches de mi vida rezo un Padre nuestro. Voy a misa. Lo peor que he llevado en el confinamiento es que no he podido comulgar el domingo de Ramos. Soy católica practicante. Me dicen: “pero tú eres socialista” Ahora no soy nada, no quiero serlo. Pero mi ideología es socialista y ni religión la católica.
Asimismo lo que dijo el arzobispo Luis Argüello en Valladolid en sus exequias: “has partido a un nuevo escenario lleno de silencio, un escenario en el que se ha encendido la luz del cielo, un escenario que esconde el secreto del alma inmortal en el que aún no se ha manifestado lo que seremos”.
De todas maneras quiero recordar lo que nos impresionaba en 1982 lo que nos contaban sobre esta mujer y lo que nos hizo pensar en los caminos de Dios.
Más todavía cuando estábamos recordando que en estos días de principios de febrero tenían lugar desde 1995 a 2004 los encuentros de la Iglesia con el mundo del teatro.
Esa experiencia pastoral nació partiendo de lo que significa la actividad teatral de los veranos en Mar del Plata que son un hecho que convierte a la ciudad en la capital del espectáculo, conversando con el entonces obispo monseñor Arancedo la posibilidad de un encuentro con el mundo del teatro invitando a los que comparan ese rico y variado mundo.
LA MULTITUD DE OTROS
Teníamos muy presente la vida del Papa Juan Pablo II que en su juventud y en su Polonia castigada por el nazismo y el comunismo formaba parte de un grupo under de teatro. Más aún el hecho de haber escrito obras de teatro con seudónimo y la emotiva información de una campaña de los tiempos de juventud que le escribía ya en tiempo de su última enfermedad diciéndole que no obstante su avanzada edad la habían llamado para actuar.
En una poesía escrito por él nos emociona cuando dice: “¡Cuantos crecieron a través mío/alrededor de mí, a partir de mí! he llegado a ser el carece de un torrente/ llamado hombre/ Pasa por mí una multitud de otros/ ¿Cómo he podido conservar mi identidad:/Siempre demasiado cerca de mí mismo/en ninguno alcanzo la perfección/ Lo que en mí ha quedado de mí/¿puede mirarse sin temor?”
La poesía se llama precisamente, “el actor”.
Así durante 10 años, a principios de febrero y antes de la entrega de las Estrellas de mar se reunieron representantes de ese mundo lo cual implicaría escribir sobre la experiencia, la sorpresa por un lado de algunos destinatarios (uno me decía: “¿el obispo quiere retarnos?”…) y por el lado de los organizadores un intento por vivir aquello que ahora el Papa Francisco repite con palabras y con gestos: “hay lugar para todos”.