Ayer, hoy y siempre: “Caminos de la amistad”

Padre Hugo Segovia
Por Padre Hugo Segovia.

Aquella expresión popular “Dios los cría y ellos se juntan” tiene muchas veces realización concreta en la vida de la Iglesia.

Estamos ahora recordando el cincuentenario de la muerte de uno de los laicos más representativos de los últimos años.

Se trata de Joaquín Maritain, filósofo católico que se hizo presente en muchos de los momentos más significativos que afrontó la Iglesia en el siglo XX que no por tormentoso fue también un tiempo de grandes persecuciones y verdaderos maestros que dieron testimonio de su fe en medio de los tiempos, muchos de ellos dramáticos y hasta terribles. Si queremos mostrar alguno de ellos nos quedamos con las dos grandes guerras como la explosión atómica de 1945.

Semanas atrás hacíamos referencia a los cuatrocientos años del nacimiento de Blas Pascal, el gran filósofo francés a quien el Papa Francisco ha dedicado una Carta apostólica, “Sublimitas et miseria homonis”, mostrando con enorme calidez, los encuentros y los desencuentros entre una y otra.

Sin duda que una interesante introducción a esta problemática que ahora se hace sentir cuando estamos en el cincuentenario de un hombre de la dimensión de Jacques Maritain que, entre otras manifestaciones de su importancia podemos encontrar la cita que de él hace el Papa Pablo Vi en su encíclica “Populorum progessio” y cuya amistad con el pensador es sin duda también, un dato a tener en cuenta cuando se quiere entender el lado profundo de la aventura intelectual del siglo XX.

LA BUSQUEDA DE DIOS

Nombrar a Pablo VI es enfrentarnos con el hombre de la Iglesia que acogió los caminos de la búsqueda de dios en el panorama complejo del siglo XX.

Desde su juventud, en la década de los años 20, como joven sacerdote, había acogido a los hombres de la cultura, aquellos que buscaban a Dios por distintos caminos.

Eran los tiempos en que Europa había caído bajo las garras de los distintos totalitarismos que la atormentaron y que recibieron las encíclicas “Non abbiamo bisogno” sobre el fascismo (1931) y el nazismo (“Mit brennender sorge”) como llamados de atención que se harían evidentes en la guerra mundial (1939-45) y a la vez aquellos en los cuales la figura de Jacques Maritain tomaba también vigencia a través de sus libros (“Tres reformadores”, “Humanismo integral”) y su toma de posición frente a distintos eventos que ensangrentaron los caminos de Europa. Bastaría con citar la guerra civil española (1936-39) sin olvidar su viaje a Buenos Aires en la década de los 30 que desató una polémica de la cual todavía nos quedan esos.

 Maritain se había convertido al catolicismo desde el seno de una familia protestante en medio de un fecundo tiempo de búsqueda de caminos.

Ellos van dando forma a una corriente francesa de gran importancia que fue como el puntapié inicial que fue preparando la gran reforma conciliar que fue el acontecimiento eclesial más significativo y cuyos ecos siguen resonando en la Iglesia sinodal que se apresta a actualizarlas en los dos próximos años. Como para expresar además que esos caminos no se han cerrado sino que se abren para orientar el tiempo que nos toca afrontar.

EL HUMANISMO INTEGRAL

Maritain fue audaz propulsor de la democracia en los tiempos oscuros que dieron vida a los totalitarismos.

Allí encontramos también su encuentro con Raissa su esposa quien del judaísmo llegó al cristianismo como encontramos en esa imprescindible obra, “Las grandes amistades”, que relatan las etapas de ese camino del cual también se acompaña Vera, la hermana de Raissa y cuñada del filósofo.

Sin duda que ese libro debería ser releído no solo para deleite intelectual sino para también acompañar los caminos de los que buscan la verdad.

Precursores también del Concilio y animadores en esa difícil pero apasionante tarea de acompañar e iluminar los nuevos caminos.

Un Maritain ya anciano y entre la partida de Raissa fue también hombre del concilio ya que vivió hasta 1973 cuando se produjo su partida.

Al quedar viudo ingresó en los Hermanitas de Jesús, casi como corolario lógico de un buscador de caminos que en la espiritualidad de Charles de Forbin Janson encontró el anticipo de lo que había enseñado e intuido en esa ardua experiencia como testigo de los tiempos.

Inolvidable el 8 de diciembre de 1964 cuando al finalizar el Concilio Vaticano II y en su ceremonia de clausura, su amigo y maestro Pablo VI le entregó el mensaje del Concilio a los intelectuales así como había hecho con los distintos carismas que conforman el poliedro que es la Iglesia.