Ayer, Hoy y Siempre

Presbitero Hugo Walter Segovia

PADRE HUGO SEGOVIA

La fuerza de lo pequeño

Se llamaba Marie Francoise Thérise Martin Guerin y había nacido en Alencon, Normandía en 1873 y a los 24 años falleció, el 29 de septiembre de 1897.
Había entrado al Carmelo de Lisieux cuando tenía 15 años y permaneció hasta su muerte.
En 1923 fue beatificada por el Papa Pío XI quien también la canonizó.
En 1997, al cumplirse el centenario de su nacimiento, el Papa Juan Pablo II la declaró doctora de la Iglesia en medio de la Jornada Mundial de la Juventud que se llevó a cabo en París.
En 2015 sus padres Louis Martin y Celia Guérin fueron canonizados por el Papa Francisco.
Junto con San Francisco Javier fue declarada patrona de las misiones a pesar de haber pasado su vida en el Carmelo de Lisieux.

Podrían ser éstos los actos elementales de una vida que traspasó todos los límites y se constituyó en uno de los casos más notables del santoral de la Iglesia de manera que nos es exagerado afirmar que se trata de un hecho realmente excepcional en esa singular plataforma de la santidad que incluye a hombres y mujeres de cualquier tiempo y lugar durante 20 siglos y que permanentemente se enriquece en la medida en que el cristianismo avanza en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios “como afirmaba San Agustín”

Las paradojas

La figura de Teresa del Niño Jesús que era el nombre que había adoptado en la vida monástica aquella que es conocida como Teresa de Lisieux pero más como Teres de Jesús sobre todo porque en francés no existe el diminuto de Theresa y así es Theresa del Enfant Jesús.
Singular personalidad la de esta mujer que también nos da la oportunidad de relacionarla con los tiempos así como ver las paradojas que jabonan la historia de la Iglesia.
Que una joven que no tuvo estudios teológicos y que murió con tan pocos años haya sido condecorada con el título de doctora que, por otra parte, solo ostentan otras tres mujeres (Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena y Santa Hildegarda de Bingen) es todo un desafío que nos hace ver la importancia de su camino (“el caminito”) espiritual cuya centro es la “Historia de un alma” al cual podemos remitirnos cuando nos encontramos con la experiencia del Concilio Vaticano II. Bien podríamos sintetizarla en aquel “ressourcement” (la vuelta a las fuentes) que podría también la mejor definición del gran acontecimiento que marcó los caminos de la Iglesia en un mundo en urgente proce3so de cambio necesitada del despojo de revestimientos históricos que opacaban su rostro.
No resulta tampoco exagerado relacionar a Teresa con la institución del Papa Francisco sobre la sinodalidad hasta puesta en evidencia cuando se sabe que en su valija de mano no falta un ejemplar de la clásica “Historia de un alma” .
Precisamente él en “Evangelii Gaudium” habla de regreso al corazón del Evangelio, a lo esencial del fervor misionero.

El triunfo de la pequeñez

Que una monja de clausura sea reconocida por la Iglesia como patrona de las misiones al lado del gran evangelizador de Asia que llegó hasta las puertas de China puede parecer, mirada con categorías sub-evangélicas un contrasentido. Pero ella quería ser misionera.
Lo mismo el libro que escribió en medio de muchas deficiencias, sobre todo el frío que, a principios del siglo pasado pasó a ser lectura y alimento espiritual de los soldados de la primera guerra mundial que entendían el mensaje de su “caminito”. Y no solo ellos sino también muchos intelectuales que lo vieron como una luz en medio del agnosticismo nos confirman en ello. Por citar algunos de los devotos de Teresita encontramos al gorrión de París, Edith Piaf. Más cerca lo que Emmanuel Carrere, en su novela “El reino”, le dedica un homenaje tan rotundo así como Teresa de Calcuta que toma su nombre de los años de su canonización.
Su popularidad es muy grande aunque tal vez tomando en cuenta su dulzura (hay muchas confiterías con su nombre) como una mujer fuerte en su temperamento como también se deduce de su vida en el monasterio donde sorteó muchos escollos.
Su glorificación se dio cuando en Europa asomaba el fantasma de los totalitarismos ante los cuales Pío XI se enfrentó con vigor contratándolos con la pequeñez de la monja contemplativa y la imagen de las rosas que es más fuerte.