Ayer, hoy y siempre: “Nuestra pascua”

Presbitero Hugo Walter Segovia

Durante cinco semanas la Iglesia, a través de su pedagogía litúrgica, va llevando al pueblo cristiano a prepararse para vivir la Resurrección de Jesús como el gran acontecimiento al que todo llega a encontrar su cima y del cual también todas las realidades dependen.

Desde el miércoles de Ceniza, paso a paso, se va haciendo ese camino, contemplando y saboreando los aspectos sobresalientes de la vida cotidiana.

Es como reproducir la experiencia del pueblo de Dios que como los judíos viven en la esclavitud de Egipto y se libera de ella pasando a la experiencia de la libertad costosamente, atravesando el mar Rojo sintiendo el fragor detrás y la bravura de las aguas delante.

Camino que lo llevará durante cuarenta años peregrinando por el desierto y afrontando los peligros de todo tipo, tanto por fuera como por dentro.

No es una peregrinación a ciegas sino una experiencia costosa de salir de una esclavitud aparentemente confortable a los riesgos de un camino lleno de inseguridades y privaciones pero animado por la certeza de entrar en una tierra nueva donde poder experimentar el calor del hogar, la belleza de la propia tierra y la esperanza de cielos nuevos.

A lo largo de esos largos y casi interminables años la luz de la esperanza alivia las negruras y las privaciones porque el Señor es fiel.

HISTORIA DE SALVACION

Esta es, a grandes rasgos, la expresión histórica de la salvación, Jesús es el Moisés que acaudilla al pueblo y lo induce a huir de Egipto para lo cual el pueblo debe asumir el riesgo de abandonar algo que después, cansado de una peregrinación sin desenlace, protestará por esa larga etapa y sentirá en carne propia las riesgosas del desierto hasta el conflicto que se producirá cuando se discuta que es más adecuado: vivir libremente aunque falta el pan o estar saciados aun viviendo en la esclavitud.

Esta imagen de un pueblo, amenazado por los ejércitos del faraón por detrás y por las aguas del mar por delante, refleja la situación de la humanidad en permanente búsqueda de la tierra de paz, de trabajos, de justicia, de fraternidad y es la de la humanidad que Jesús rehace por la sangre colocada en las puertas de las casas de los judíos que a la vez la predispone a afrontar la prueba del desierto con todos sus riesgos pero animada por la esperanza de una tierra y una vida nuevas.

Imagen de la historia de la salvación porque anuncia que la sangre de Cristo salvará al pueblo no automáticamente sino afrontando las peripecias naturales, geográficas y sociales, lejos de una tranquilidad estática, aquellos que llamamos los riesgos de la historia.

Será Jesús la celebración de la Pascua y así descubrimos que Pascua significa paso pero también golpe porque no es un paso superficial sino pleno de sentido, de construcción de tierra nueva y de cielos nuevos.

¿Cómo relacionamos todo ello en este mundo que nos toca afrontar?

Pensamos en Juan Pablo II que, cada año en el día de Pascua, saludaba a los hombres cada vez agregando idiomas nuevos a ese saludo así como besaba la tierra de los países que visitaba en los más de cien viajes que lo llevaron por todo el mundo.

Estas imágenes nos hacían también descubrir esa universalidad que aparece hasta en la denominación del alcance de la bendición – “urbi it orbi”- es decir, “a la ciudad y al mundo”.

El año próximo, que también será Año Santo, se cumplirán sesenta años del viaje de Pablo VI a la O.N.U. que, en medio del Concilio que estaba a punto de finalizar. Fue un momento impredecible y aun desde el punto de vista político porque no había la cantidad de conflictos que hoy atormentan al mundo, “la guerra a pedazos” que denuncia el Papa Francisco.

Aquel grito profético “jamais plus la guerre” sigue siendo predicación en el desierto.

Es preciso invocar a María como en aquel 1965 en que fue llevada a Nueva York en su Pietá de Miguel Angel para que ella reciba a todos los que ha tenido una Pascual cruel así como en su regazo descansó el Príncipe de la paz.