“La Iglesia es un pueblo convocado por un obispo” y desde el momento que él toma posesión de su diócesis (y su diócesis de él) se da una compenetración tan íntima que “ya no son dos sino una sola carne”. ¡Que hermoso es que se pueda decir de un obispo que la historia de su pueblo se confunde con su propia historia, que él vive en profundidad todos “los gozos y las esperanzas, las angustias y las tristezas” de aquellos que le han sido confiados!.
¡Y quién podrá negar que esta simbiosis se dio, de una manera muy intensa, en el caso del segundo obispo de Mar del Plata? En tan sólo 3 años y medio que, si descontamos sus frecuentes ausencias en razón de sus responsabilidades a nivel latinoamericano y universal, quedan reducidos a bastantes menos, dejó una huella de Pascua y Pentecostés que la han dejado marcado así como a él lo dejó seducido este pueblo, el único que apacentó como obispo diocesano.
Cuando Pablo VI lo eligió para predicar los Ejercicios Espirituales de la Cuaresma de 1974 escribía monseñor Pironio: “Tengo que comunicarles una noticia que me quema el corazón y los labios, algo que me llena de emoción y de honda alegría en el Señor pero que me confunde en mi pequeñez y hace temblar por la responsabilidad: el Papa ha invitado a esta querida diócesis en la persona de su obispado. Es una gracia y una responsabilidad que quiero asumamos juntos. Siempre he dicho que la Iglesia de Mar del Plata tiene una vocación especial que la abre al país, a Latinoamérica y al mundo y no se debe encerrar en los estrechos límites de su jurisdicción.¿Puedo comunicarle al Papa que toda la diócesis está unida a él en estos días? ¿Puedo comunicarle toda la ternura del pueblo de Dios? ¿Puedo contarle que todos rezan, sufren, aman y esperan con El?. Y llega a pedirles a todos, que si tiene algo especial para decir en los ejercicios, se lo hagan llegar con sencillez filial y fraternal.
UNA DOLOROSA PARTIDAPor esto fue tan dura su partida de la que llamó “esta querida diócesis que un día el Señor me confió como gracia y ahora me pide que la deje en sacrificio”.
Una carta que recibí siendo párroco de Miramar refleja sus sentimientos hacia la diócesis: “Recuerdo que fue allí donde celebré una de mis últimas misas como obispos de Mar del Plata. El 30 de noviembre de 1975, día de San Andrés, fui a confirmar allí.No sé qué será de la vida de aquellos jóvenes, lo cierto es que los sigo encomendando al Señor porque fue la última confirmación que tuve en la diócesis. Al llegar a Roma, el domingo siguiente, estaba buscando una capillita donde celebrar. Me sentía tan pobre, como pastor sin ovejas. Pensar que el domingo anterior había celebrado 4 misas. En fin, son cosas de Dios y yo las agradezco”.
Siempre me ha impresionado saber que el cardenal tiene en su oficina como en su residencia particular un mural de la ciudad de Mar del Plata que le ha de llevar recuerdos de aquellos tiempos en que “hubo momentos muy duros y difíciles, crucificantes, como para enseñarnos el Señor que las Bienaventuranzas exigen siempre interioridad y cruz y que es preciso soportar todos estos sufrimientos para poder entrar en la gloria”.Pero no sólo recuerdos sino también cosas de los tiempos siguientes, como cuando se pone el oído en un caracol que guarda el alma del mar, en diálogo nunca interrumpido.
Y por eso también Mar del Plata se sintió asociada a su promoción cardenalicia. Fue “nuestro” cardenal desde aquel 24 de mayo de 1976 en que 24 hombres, provenientes de todos los rincones del mundo, entraban a formar parte del Sacro Colegio.El lo expresaba de alguna manera cuando, en una carta enviada a la diócesis desde su puesto en el CELAM, decía en 1972: “No importa si ya estoy ahora en Bogotá y ustedes en Mar del Plata. Seguimos buscando, sufriendo y esperando juntos en el Señor.