Padre Hugo Segovia
A lo largo de lo que llamamos la Semana Santa o la Semana Mayor; la liturgia nos va mostrando los pormenores de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor.
Todo el dolor del mundo a través de los siglos pero también toda la alegría se dan cita en estos días no solo como una conmemoración sino también como la expresión del misterio de Cristo que nos hace entender el misterio del hombre.
Así el Jueves Santo lo vemos a Jesús doblándose sobre los pies de los discípulos a los cuales quiere infundirles la imagen de lo que les ha enseñado: “todo el que se humilla será elevado y el que se eleva será humillado”.
Pero también en esa misma cena “Jesús tomo pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: “tomen, éste es el cuerpo”… “después tomo una copa, dio gracias, se lo entrego y todos bebieron de ella y les dijo: “esta es mi sangre, la sangre de la alianza que será derramada por una muchedumbre”.
No podría imaginare una presencia más grande y duradera. Se ha dicho que Jesús hizo lo imposible para estar con los suyos y para que esa presencia los salvara de vivir encerrados; es necesario arrodillarse ante los débiles para que el amor de Dios se haga visible.
LA HORA DE LAS MUJERES
El viernes Santo puede llamarse así porque en la presencia de las mujeres que rodeaban la cruz descubrimos que Jesús no tuvo mujeres enfrentadas a sus enseñanzas y cada vez que hace mención al Evangelio de una de ellas lo hace con respeto, paciencia y compasión.
También recordamos que el Evangelio nombra a los que tuvieron la valentía de estar cerca de la cruz: María Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé que, cuando estaba en Galilea, lo seguían y lo atendían y con ellas estaban otras que habían subido con él a Jerusalén.
Pero también el Evangelio nos cuenta que “cerca de la cruz estaba su madre junto con las otras mujeres y que, al verlo junto al discípulo que más quería (y que, por eso mismo, fue el único que se atrevió a seguirlo) dijo a la madre: “ahí tiene a tu hijo” y después, el discípulo: “ahí tienes a tu madre”. Allí lo vemos a Jesús tan humano que siente la soledad de su madre pero, a la vez, la proclama como la madre de toda la comunidad de sus seguidores.
No en al azar que se ha dicho que ésa de la cruz fue la primera comunidad que se ira reproduciendo a lo largo de la historia como también todo el trabajo y el amor que solo una madre dolorosa puede asumir.
LA PASCUA ES MISA
“Todo era oscuridad” la mañana de Pascua como tantas otras veces en la historia y no solo afuera sino también en los corazones de los hombres.
No obstante ella también una mujer se atrevió a ir hasta el sepulcro.
Allí constata que la piedra ha sido quitada y no atina a otra cosa que correr hasta encontrar a Pedro y a Juan para advertirles. Solo atina a decirles: “se lo llevaron”… “no sabemos dónde lo han puesto”.
Monseñor Vicente Paglia, que muchas veces no ha inspirado con sus ungidas palabras, lo comenta así: “solo con los sentimientos de su corazón es posible encontrar al Señor resucitado, Pedro y Juan corren inmediatamente hasta el sepulcro vacío después de haber comenzado juntos a seguir a Jesús, aunque de lejos Pedro en la Pasión. Ahora corren los dos para no estar lejos de él. Esta actitud expresa bien el ansia del discípulo del Señor y de toda comunidad que busca al Señor.
Quizás nosotros también debamos empezar a correr porque nuestro caminar se ha hecho demasiado lento.
¿Será el amor por nosotros mismos lo que lo ha hecho pesado?. Hay que empezar de nuevo.
La Pascua es también prisa, apuro para decirles a todos: “Jesús ha resucitado” y lograr que el otro nos responda: “verdaderamente ha resucitado”.